Vuelta al mundo - Turquía 2010
 

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LOS CAMINOS DEL MUNDO

 

 

¿Estamos siendo embajadores, heraldos, de la era acuario? Cada vez hay más gente que viaja por el mundo, quizá todo empezó, sobre todo en esta zona, con las cruzadas, o mucho antes, con las primeras emigraciones desde África. Pero antes era cuestión de supervivencia, o de dominio y conquista —física e ideológica—. Ahora sin embargo hay un trasiego pacífico, respetuoso, interesado en el otro. Se recibe al viajero con curiosidad, con interés. Como a un turista, desde luego; como fuente de ingresos, también. Pero cada vez hay más gente (¿o son imaginaciones mías?) que viaja y suscita interés por sí misma, por su viaje; que conoce otra gente, otras culturas, que percibe otros olores, por la cosa en sí, en busca de un significado.

¿Hay una peregrinación en el sentido «purificador», espiritual del término? Si así fuera, los Caminos de Santiago son hoy los caminos del mundo, un mundo cada día mejor comunicado, pero también cada día más exótico, más en peligro de extinción, de unificación. Cada vez lo personal, lo popular, lo auténtico, lo no contaminado, el otro, es una joya más valiosa, una rareza más digna de aprecio, de consideración, de ser conocida (y reconocida). Y quizá de ahí, de ese desapego, de ese nomadeo, salga la fuerza que nos acerque a nosotros mismos, al Dios que nos habita.

Decía un sabio hindú que el hombre es una aguja y Dios un inmenso imán. El imán actúa continuamente, pero no siempre lo nota la aguja: puede estar cubierta de barro. Tal vez la desposesión relativa del viajero, del nómada, esté limpiando el lodo que me cubre.




 

 

 

Saliendo de Estambul se coge carretera a Tekirdag (dirección Edirne —siguiendo el panel azul de la carretera nacional y no el verde de la autopista—). En el mismo Tekirdag deja la nacional, tras atravesar el pueblo, y coge dirección Barbaros. En Kumbag tienes supermercado y una playita potable. No está demasiado limpia (hay colillas y algún que otro plástico, pero no hay basura orgánica ni espumarajos de cremas bronceadoras). El agua está buena: es el Mar de Mármara, no el Mediterráneo. Había algunas medusas, pero después de que el agua te cubra por la rodilla ya no verás casi ninguna. Después de Kumbag, la carretera se empina y se vuelve de tierra. No temas: no te has perdido. Vas bien. Cruzarás por pinares, siguiendo la costa desde lo alto de los montes. Las vistas son impresionantes. Hay mil sitios para parar, pasear, comer y contemplar. Hay también un camping muy coqueto, aunque nosotros lo pasamos de largo porque era muy pronto para buscar cama. Poco antes de Mürefte, a mano derecha en dirección Sarköy, hay un motel precioso, con un emparrado y mesitas para cenar. Las habitaciones dan directamente al mar (sólo te separa de él la carreterita). Nos costó 60 liras turcas (30 euros) una noche: habitación triple, con baño, terraza doble y desayuno. Un lujo. Tranquilísimo. Ni un solo turista. Dormimos arrullados por el mar.  El hotel se llama Ayazma, y puedes echarle un vistazo en http://ayazmarestaurantmotel.net/. [Después de unos años, la página se ha sofisticado un poco, pero seguro que sigue siendo un hotelito amable y poco pretencioso.]

Gallipoli es una bellísima península de costas bajas y amables que bajan hasta el mar entre cipreses y campos de girasoles. La tierra abre sus brazos en bahías amplias y el mar lava con suave ahínco los cantos rodados que lo separan del monte. Aquí y allá los guijarros se transforman en un triángulo breve, casi unipersonal, de arena gris.

En este escenario idílico, calmado y adormecido bajo el canto de las cigarras, en un día probablemente tan soleado como éste se mataban hace 95 años los quintos de la Primera Guerra Mundial. Cuidadas praderas en pendiente, guardadas por solemnes encinas, ofrecen al visitante las tristes espigas de las lápidas. Jóvenes ingleses e irlandeses vinieron a morir aquí, en estas playas, para conquistar Estambul e impedir que Turquía participara de lleno en la guerra y abrir un flanco suroriental desde el que atacar por otro frente a la Alemania prusiana. «To our beloved son. Deeply mourned»; «Excellent person to everyone who knew him»; «Loved brother. Sadly missed», rezan los lamentos de la piedra. En una de las tumbas alguien ha colocado cuidadosamente, en una ranura excavada al efecto, una amapola de papel. «Loving son. In love with life. Age 22.» El corazón se encoge ante estas vidas frescas, recién florecidas y segadas por la estupidez de la guerra.

Descansen en paz —y paz es lo que hay en Gallipoli—. Feliz aquel que saborea el licor de la vida.





GUÍA PASO A PASO PARA DAR LA VUELTA AL MUNDO

 

 

Sabemos que es una idea que a muchos —cada vez más— nos pasa por la cabeza. Si del dicho al hecho hay un trecho, en este caso la distancia puede ser menor de lo que imaginas, aunque los detalles y las revueltas del camino te sorprenderán en más de una ocasión. una de las mayores dificultades que nosotros encontramos al poner en marcha esta "loca idea" fue la ausencia de indicaciones y respuestas a las mil preguntas que surgían en nuestra imaginación. ¿Cómo pagarlo? ¿Será peligroso? ¿Seré demasiado mayor para esto? ¿o demasiado joven? ¿Y al volver qué? ¿Qué coche debo llevar? ¿O qué vehículo: moto, sidecar, bici, zapatillas, transporte público…?

Al principio pensamos que lo más barato sería hacer lo que nosotros llamábamos "Tal cual"; es decir, salir así, por la cara, con una mochila, un saco, una cantimplora, la visa, y poco más… Hicimos números y descubrimos, sorprendidos que a la larga (y a la media) sale más caro que hacerlo en un coche —a condición de que puedas dormir en él—. Los albergues, pensiones, hoteles, etc., salen caros; además, llevando una mochila tienes que comer muchas veces en restaurancillos y no es fácil cocinar, con lo que el presupuesto también sube. Podrías llevar la tienda de campaña, pero las cosas se te empiezan a complicar (muchas veces no se puede acampar, y el peso de tu autonomía —pese a que noy en día haya tiendas muy ligeras— puede empezar a ser un factor). Si le añades el tema de la seguridad, y la obviedad de que tu vuelta al mundo será muchísimo más larga (más meses o años = más pelas), por no mencionar el gasto de los transportes que tengas que coger (y el hecho, nada desdeñable en un viaje de estas características, de que te será difícil (o caro) acceder a las zonas más gansas del planeta, que siempre son cuatro x cuatreras (piensa en los parques nacionales de África —por ejemplo el Kalahari—, o en el outback australiano…), la situación final quizá te incline, como a nosotros, por un vehículo propio. Si al coste inicial del bicho, camperización incluida, le descuentas lo que te ahorras en hoteles y en comida (que te cocinas tú mismo), la seguridad y comodidad frente a animales, ladronzuelos, chaparrones, tormentas, ventarrones y demás, el resultado final, pese al gasoil (que por ahí adelante es mucho más barato que en los absurdos países "civilizados"), es favorable al coche. Ésa es al menos nuestra opción, pero al final cada uno hace su viaje como mejor le va. Conocemos (por referencias) a un japonés que está dando la vuelta al mundo ¡con un carrito de supermercado! Como lo oyes: mochila + carrito = vuelta zapatillil surrealista pero factible (aunque no sé como lo hará para ver leones sin dejarse la herencia con los "rangers" oficiales —si lo haces en tu coche sale mucho más razonable (aunque, ojo, sí que hay un tema que sube los costes del coche: los saltos de charco, pero ya hablaremos de eso—).

 

 


Queda claro que hay muchas formas de dar la vuelta al mundo, y cada uno tiene la suya. Nuestro primer consejo es que sigas la idea que más te haya atraído desde siempre. Este tipo de cosas suelen ser sueños de la infancia, o de la adolescencia. Entonces lo imaginaste, lo acariciaste, lo atesoraste en tu corazón. Trata de acercarte lo más posible a ese sueño. Añádele una pizca de realismo y sentido común (para estas cosas la "chaladura" ES sentido común —que no te confundan—), y el cómo, el cuándo, el porqué, el para qué y el por qué no irán aclarándose en tu mente —en esta fase te vendrá bien hacerte una pregunta (o hacérsela a los que eventualmente traten de disuadirte "por tu bien"): ¿es realmente más sensato quedarse y esperar a que te caiga el chaparrón que nos tienen reservados los maravillosos dirigentes de este mundo (jubilación a los 67, 70, 80, 120; bota malaya financiera; derecho constitucional a la vivienda digna y el trabajo, con los pisos imposibles, los contratos de seis meses y los suelditos de ni pa pipas…); tú mismo…—.

Estate preparado para altibajos y ataques "reaccionarios" (dentro y fuera de ti —generalmente en forma de miedos—). Digo reaccionarios porque son una reacción contraria al impulso de libertad y felicidad que te lleva a concebir la idea de dar la vuelta al mundo. Estos ataques de pánico (y nosotros hemos tenido muchos) son recurrentes al principio, y en mi caso me costó dos años de preparación y mentalización. Además, muchas veces serán tus seres queridos (padres, hijos, primos,
amigos) los que más efectivamente intenten disuadirte, consciente o inconscientemente (incluso enfadándose o recurriendo a argumentos de responsabilidad y / o culpa). Es tu vida, así que sin dejar colgado a nadie —eso no se puede hacer—, tampoco dejes que nadie te deje colgado (o no te dejes colgado a ti mismo, si quieres verlo así).

Volviendo a mi experiencia, cuando ya creía tener las cosas dominadas, en el último momento, cuando ya sólo me quedaba tomar la decisión final (o la del primer gran paso: comprar el coche), me llevé la sorpresa de ver que me flaqueaban las piernas.
Teniéndolo ya todo a punto, cuando lo único que tenía que hacer era cerrar la mano y coger el sueño de toda la vida que ya tocaba con la punta de los dedos, me rajé. Y dos veces.





Tranquilos, que no es éste el coche, pero ¿a que mola…?


Sí, di marcha atrás dos veces, aterrorizado ante la idea del ancho mundo y mi minúsculo tamaño. Miedo puro. Escribí a mis amigos. Intenté averiguar qué me pasaba. Me apoyé en Bea. Y al final reuní valor y me decidí. A partir de ahí todo fue mejor. El mudno es mucho más amable de lo que nos pintan. Aunque hay que ser prudente, recuerda que "el sistema" (el Estado, la nación, la rutina, el trabajo, etc…; llámalo como quieras) necesita que tengamos miedo. Si todos fuéramos libres e independientes; si todos nos fuéramos a recorrer mundo o no aceptáramos los abusos que la precariedad nos obliga a tragar, los políticos, los banqueros, los chupópteros y todos los que se han montado el palacete en nuestra chepa se irían al garete: tú lo pagas todo, aunque a ti no te paguen nada; tú lo sostienes todo, aunque a ti no te sostenga nadie…
Y si ellos no pueden permitirlo, razón de más para no dejarles nosotros que nos impidan ser libres… Por más miedos que intenten inyectarnos…







Hoy hemos estado en Sardis


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